martes, 31 de octubre de 2017

Gianni Celati-Leopardi y el deseo infinito




He aquí por qué debemos leer a Leopardi

  Lo primero que quiero hacer es sugerir escuchar los fragmentos del Zibaldone de Leopardi sobre el fondo de todas estas frases hechas que nos inducen día tras día a ser cada vez más optimistas respecto al porvenir, al progreso, a aquello que pueden hacer los políticos por nosotros, optimistas sobre la escuela – todo ese optimismo que el tipo ahí destiló durante media hora como programa de su partido.  Este es un trasfondo inevitable. No creo que se pueda leer a Leopardi el día de hoy sin pensar en este trasfondo, es decir el trasfondo de las palabras con las que nos vienen y que son palabras publicitarias. La publicidad hoy no tiene más límite, la publicidad –podría decir –ha sustituido al ánimo humano. La gente al día de hoy cree que la literatura, hablar o hacer literatura es hacer publicidad de algo. La literatura es muda, no hace publicidad de nada, no sirve para nada, la literaturas nos confirma esta nada que somos. Y sólo porque somos una nada no tenemos necesidad de estar juntos. No existe idea de comunidad posible si no a partir del hecho de que somos nada, cada uno de nosotros es una nada. He aquí que todo este trasfondo publicitario no sólo lo cancela, debe cancelarlo en seguida –como tabú absoluto- y extender incluso un clima de terror, un terror totalitario: quien no está de acuerdo con este consenso de los hombres que quieren ser algo, alguien, sustancialmente ricos, tener el poder en las manos, esta democratización del poder tiránico en manos de los hombres –el que no está de acuerdo con esto es eliminado, al día de hoy no encuentra trabajo, no tiene un lugar donde estar. Este es el trasfondo concreto, que ustedes pueden ver todos los días, el hecho de que debamos volvernos emprendedores de nosotros mismos para hacer publicidad de nosotros mismos, a cada rato, de otra manera no hay espacio para nosotros.

Todo Leopardi se lee no contra, sino sobre este trasfondo, por decir algo: Leopardi es aun nuestro compañero de calle porque es ajeno a este tipo de trasfondo en el que estamos inmersos, respecto a esta asignación total de los lugares. Todo está asignado hoy. Leopardi, en cambio, es el poeta que dice de las palabras que no están asignadas a ningún lugar, ni aún a la escuela –no se puede enseñar Leopardi en la escuela. Esta es la primera cosa que hay que decir. (No sé si sea posible, pero no creo en la literatura como tal, que tenga un sentido como lo tienen los relojes. Si un reloj no me dijera que hora es, sus agujas serían sólo decorativas. Y lo mismo pasa con la literatura. La literatura vale la pena porque hay algo más, este trasfondo contra el que se encuentra.

Dice Leopardi:

El más sólido placer de esta vida es el placer vano de las ilusiones… Considero las ilusiones como una cosa en cierto modo real, estante; ingredientes esenciales del sistema de la naturaleza humana, y dadas por la naturaleza a todos y cada uno de los hombres, de manera que no es lícito despreciarlas como sueños de uno solo, sino verdaderamente propias del hombre y queridas por la naturaleza, y sin las cuales nuestra vida sería la cosa más mísera y bárbara. Por lo cual son necesarias y entran sustancialmente en el compuesto y orden de las cosas. (Zibaldone, 51).

Este es el punto de partida más revolucionario –si queremos usar esta palabra- de la filosofía leopardiana. Una cosa sin precedentes: el reconocer este hecho, pero no de manera crítica, no para condenar las ilusiones. Todos estos llamados a la “concreción” por parte de los políticos dan risa verdaderamente.

Segunda cosa: nuestra nulidad, el hecho de que como individuos seamos nada, estemos aquí de paso, que estemos aquí, que tengamos el puesto de la nada:

Todo es nada para el mundo, aún mi desesperación, a la que cada hombre, aún sabio, pero más tranquilo, y yo mismo ciertamente en hora más serena reconoceré, la vanidad, la irracionalidad y lo imaginario. Pobre de mí, es vano, es nada aún este dolor mío, que en un cierto tiempo pasará y se anulará, dejándome en un vacío universal, en una indolencia terrible, que me hará incapaz aun de dolerme. 
(Zibaldone, 72). 

Aquello frente a lo que continuamente nos pone Leopardi es que toda la energía espiritual -llámenla como quieran- depende de una instancia del deseo, del deseo de felicidad, que no es la felicidad del consumo, la felicidad del tener; el deseo de felicidad es el estado de carencia, de nuestra carencia, es lo que nos vuelve activos, vigorosos, arrojados de nuevo hacia la vida.

Aquello que Leopardi ha comprendido es que este mundo cancela continuamente el privilegio de ser en un estado de carencia: el deseo carnal –llamémoslo así- es un deseo que deriva de un estado de carencia, pero esta es una carencia que no se colmará jamás, y es justamente por eso que es un deseo infinito: el deseo carnal como carencia es en esencia la sensación de que nos falta la vida, que la vida escapa en todas direcciones, que no es posible detenerla. Contra una sociedad que busca siempre enseñarnos que se puede dar una compensación a esta carencia, de manera que el hombre se reduzca a estar satisfecho de sí mismo, Leopardi nos lleva de vuelta a un tipo de pensamiento donde no hay ninguna valoración positiva para el hombre llamado satisfecho, pero en el que el gran acicate de todo aquello que podríamos hacer es nuestra carencia, quiero decir nuestra pobreza, nuestro dolor. En ese sentido, Leopardi es un pensador que en este momento es esencial para seguir adelante día con día.

l'Unità, 28 marzo 2004.
(versión G.M.)


Original italiano:



Leopardi e il desiderio infinito 

Ecco perché dobbiamo leggere Leopardi 

La prima cosa che vorrei cercare di fare è suggerire di ascoltare i frammenti dello Zibaldone di Leopardi sullo sfondo di tutte queste frasi fatte che ci inducono giorno per giorno a essere sempre più ottimisti verso l'avvenire, verso il progresso, quello che possono fare i politici per noi, ottimisti sulla scuola - tutto quell'ottimismo che quel tale lì per mezz'ora stilò come programma del suo partito. Questo è uno sfondo inevitabile. Non credo che si possa leggere Leopardi al giorno d'oggi senza pensare a questo sfondo, cioè lo sfondo di parole che ci vengono addosso e che sono parole pubblicitarie. La pubblicità ormai non ha più limite, la pubblicità - come posso dire - ha sostituito l'animo umano. La gente al giorno d'oggi crede che la letteratura, parlare o fare letteratura sia fare pubblicità a qualcosa. La letteratura è muta, non fa pubblicità a niente, non serve a niente, la letteratura ci riafferma questo niente che siamo. E solo perché siamo un niente noi abbiamo bisogno di stare assieme. Non c'è idea di comunità possibile se non a partire dal fatto che siamo un niente, ciascuno di noi è un niente. Ecco, tutto questo lo sfondo pubblicitario non solo lo cancella, deve cancellarlo subito - come un tabù assoluto -, ma estende anche un clima di terrore, un terrore totalitario: chi non è d'accordo con questo consenso degli uomini che vogliono essere qualcosa, qualcuno, sostanzialmente essere ricchi, avere del potere nelle mani, questa democratizzazione del potere tirannico nelle mani degli uomini - chi non è d'accordo con questo è eliminato, al giorno d'oggi non trova lavoro, non ha un luogo dove stare. Questo è lo sfondo concreto, che voi potete vedere tutti i giorni, il fatto che si debba diventare imprenditori di noi stessi per far pubblicità a noi stessi, tutti i momenti, altrimenti non c'è spazio per noi. 

Tutto Leopardi va letto non contro, ma su questo sfondo, per dire questo: Leopardi è ancora un nostro compagno di strada perché è un alieno rispetto a questo tipo di sfondo in cui siamo immersi, rispetto a questa assegnazione totale dei luoghi. Tutto è assegnato oggi. Leopardi, invece, è il poeta che dice delle parole che non sono assegnate a nessun luogo, neanche a scuola - non si può insegnare Leopardi a scuola. Questa è la prima cosa da dire. (Non so se sia possibile, ma io non credo alla letteratura come tale, che ha un senso come lo hanno gli orologi. Se un orologio non mi dicesse che ore sono, le sue lancette sarebbero solo decorative. E lo stesso la letteratura. La letteratura vale perché c'è qualcos'altro, questo sfondo contro cui ci si trova). 

Dice Leopardi: 

Il più solido piacere di questa vita è il piacer vano delle illusioni… Io considero le illusioni come una cosa in certo modo reale stante ch'elle sono ingredienti essenziali del sistema della natura umana, e date dalla natura a tutti quanti gli uomini, in maniera che non è lecito spregiarle come sogni di un solo, ma propri veramente dell'uomo e voluti dalla natura, e senza cui la vita nostra sarebbe la più misera e barbara cosa ec. Onde sono necessari ed entrano sostanzialmente nel composto ed ordine delle cose 
( Zibaldone, 51). 

Questo è il punto di partenza più rivoluzionario - se vogliamo usare questa parola - della filosofia leopardiana. Una cosa senza precedenti: il riconoscere questo fatto, ma non in maniera critica, non per condannare le illusioni. Tutti questi richiami alla «concretezza» da parte dei politici fanno veramente ridere. 
Seconda cosa: la nostra nullità, il fatto che come individui siamo niente, siamo qui di passaggio, siamo qui che teniamo il posto del nulla: 

Tutto è nulla al mondo, anche la mia disperazione, della quale ogni uomo anche savio, ma più tranquillo, ed io stesso certamente in un'ora più quieta conoscerò, la vanità e l'irragionevolezza e l'immaginario. Misero me, è vano, è un nulla anche questo mio dolore, che in un certo tempo passerà e s'annullerà, lasciandomi in un voto universale, in un'indolenza terribile che mi farà incapace anche di dolermi (Zibaldone, 72). 

Quello a cui Leopardi ci mette davanti continuamente è che tutta l'energia spirituale - o chiamatela come volete - dipende da un'istanza del desiderio, del desiderio di felicità, che non è la felicità dei consumi, la felicità dell'avere, il desiderio di felicità è lo stato di mancanza, della nostra mancanza, è questo che ci rende attivi, vigorosi, lanciati ancora verso la vita. 

Quello che Leopardi ha capito è che questo mondo cancella continuamente il privilegio di essere in uno stato di mancanza: il desiderio carnale - chiamiamolo così - è un desiderio che deriva da uno stato di mancanza, ma questa è una mancanza che non si colmerà mai, ed è proprio per questo che è un desiderio infinito: il desiderio carnale come mancanza è in sostanza il senso che ci manca la vita, che la vita scappa via da tutte le parti, che la vita non è bloccabile. Contro una società che cerca sempre di insegnarci che a questa mancanza si può dare un compenso in modo che l'uomo si riduca ad essere soddisfatto di se stesso, Leopardi ci riporta in un tipo di pensiero dove non c'è più nessuna valutazione positiva per l'uomo cosiddetto soddisfatto, ma dove il grande attizzatoio di tutto quello che possiamo fare è la nostra mancanza, voglio dire la nostra povertà, il nostro dolore. In questo senso, Leopardi è un pensatore che in questo momento è essenziale per andare avanti di giorno in giorno. 

 l'Unità, 28 marzo 2004.

(http://www.doppiozero.com/materiali/lettura/leopardi-e-il-desiderio-infinito)



Cesare Zavattini

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