domingo, 20 de septiembre de 2020

Cesare Zavattini

 


Quiero enseñarles a los pobres un juego muy hermoso.
Suban la escalera con paso de forasteros (esta vez regresen a casa más tarde de lo acostumbrado) y frente a la puerta toquen el timbre.
Sus mujeres correrán a abrirles, seguida por los hijos. Un poco serias por el retraso, todos tienen hambre.
“¿Entonces?” pregunta.
“Buenas noches, señora”, sáquense el sombrero, y asuman un aire digno. “¿Está el señor Zavattini?”
“Vamos, dale, el guiso ya está frío…”
“Disculpe, necesitaría hablar con el señor Zavattini.”
“Cesare, vamos, siempre jugando…”
No se muevan y digan: “Evidentemente se trata de una equivocación. Disculpe, señora…”
Sus mujeres se van a dar vuelta de golpe y van a mirarlos con los ojos desorbitados. “¿Por qué hacés esto?”
Serios, manténganse serios, y repitan ya bajando la escalera: “Buscaba al señor Zavattini.”
Se hará un gran silencio, sólo se oirá el ruido de los pasos.
Incluso los niños permanecen quietos. Sus mujeres los alcanzarán, los abrazarán: “Cesare, Cesare…” Tienen lágrimas en los ojos, también los niños empiezan a llorar. Despréndanse con delicadeza del abrazo, aléjense murmurando: “Es un error, buscaba al señor Zavattini.”
Vuelvan a casa después de veinte minutos, silbando.
“Tardé tanto porque el jefe…” y cuenten una mentira como si nada hubiera pasado.
¿Les gusta? Un amigo mío a la mitad del juego se puso a llorar.

Prólogo a I poveri sono matti, 1937.
(Versión G.M.)


Original Italiano:

Voglio insegnare ai poveri un gioco molto bello.
Salite le scale con il passo del forestiero (quella volta rincaserete più tardi del solito) e davanti al vostro uscio suonate il campanello.
Vostra moglie correrà ad aprirvi, seguita dai figli. È un po’ seria per il ritardo, tutti hanno fame.
“Come mai?” domanda.
“Buona sera, signora,” levatevi il cappello e assumete un’aria dignitosa. “C’è il signor Zavattini?”
“Cesare, andiamo, vuoi sempre giocare ..”
Non muovetevi e dite: “Evidentemente si tratta di un equivoco. Scusi, signora ..”
Vostra moglie si volterà di scatto, vi guarderà con gli occhi spalancati. “Perché fai così?”
Serio, state serio, e ripetete avviandovi giù per le scale: “Io cercavo il signor Zavattini.”
Si farà un gran silenzio, udrete solo il rumore dei vostri passi.
Anche i bambini sono restati fermi. Vostra moglie vi raggiunge, vi abbraccia: “Cesare, Cesare ..” Ha le lacrime agli occhi, i bambini forse cominceranno a piangere. Scioglietevi con delicatezza dall’abbraccio, allontanatevi mormorando: “È un equivoco, cercavo il signor Zavattini.”
Rientrate in casa dopo una ventina di minuti fischiettando.
“Ho tardato tanto perché il capo ufficio ..” e raccontate una bugia come se nulla fosse accaduto.
Vi piace? Un amico a metà giuoco si mise a piangere.

Da I poveri sono matti, 1937.



Biografía:

Cesare Zavattini (Luzzara, 1902 - Roma, 1989) Narrador, dramaturgo, periodista y guionista cinematográfico italiano. Su dedicación a las Letras tuvo un primer desarrollo a través del género periodístico, en el que consiguió un cierto prestigio literario con sus artículos publicados en diversos rotativos y revistas: la Gazzetta di Parma (1935-36), Cinema Illustrazione, Secolo Illustrato y Le Grande Firme (1937-38).

A través de estos trabajos periodísticos, Cesare Zavattini se dio a conocer como un agudo e irónico observador del mundo que le rodeaba y, al mismo tiempo, un autor dotado de una extraordinaria fantasía y un humor cercano al mejor surrealismo que por entonces se cultivaba en las literaturas de toda Europa.

Todo ello quedó plasmado en diferentes volúmenes que fueron recogiendo sus numerosos escritos sueltos, la mayor parte de ellos dispersos hasta entonces en los citados medios de comunicación. Se trata de títulos tan lúcidos y fecundos como Parliamo tanto di me (Hablamos mucho de mí, 1931), I poveri sono matti (Los pobres están locos, 1937), Io sono il diavolo (Yo soy el diablo, 1941) y Totò il buono (Totò el bueno, 1943).

Al tiempo que brillaba por estos escritos periodísticos y literarios, el escritor de Luzzara se dio a conocer, hacia mediados de los años treinta, por su capacidad para generar argumentos cinematográficos y su habilidad para convertirlos en guiones. Así, una vez acabada la II Guerra Mundial se convirtió en uno de los mejores exponentes de la nueva corriente estética del neorrealismo, a la que contribuyó con su exitoso trabajo como guionista al lado del realizador Vittorio de Sica.

Dentro de un nuevo humanismo que, desde tintes claramente populistas, estaba llamado a exaltar la humildad -e incluso la pobreza- vista a la luz de un enfoque cristiano, Cesare Zavattini desarrolló una fecunda trayectoria cinematográfica en la que resulta obligado recordar su responsabilidad como guionista en algunos de los filmes más representativos de dicha estética neorrealista, como Ladri di biciclette (El ladrón de bicicletas, 1948), Miracolo a Milano (Milagro en Milán, 1950), Umberto D (1951), L'oro di Napoli (El oro de Nápoles, 1954), Il tetto (1956), La ciociara (1960) e Il giudizio finale (El juicio final, 1961). Posteriormente, Zavattini triunfó también como guionista (bien es verdad que ya dentro del género de la comedia) con otra obra maestra del susodicho Vittorio de Sica, Matrimonio all'italiana (Matrimonio a la italiana, 1964).

En medio de esta asidua dedicación a la escritura destinada a la gran pantalla, Cesare Zavattini no abandonó el cultivo de la literatura propiamente dicha, si bien es verdad que en esta su segunda etapa como escritor varió radicalmente el rumbo humorístico de sus primeros escritos juveniles hacia la sátira costumbrista y análisis de la sociedad italiana de posguerra.

Como precursor de esta nueva tendencia en su escritura, ya en 1943 había aparecido su famoso panfleto titulado Ipocrita (Hipócrita, 1943), obra a la que siguieron nuevos trabajos literarios caracterizados por su búsqueda de la polémica social, como la comedia Como nasce un soggeto cinematografico (Cómo nace un argumento cinematográfico, 1959) y el volumen de escritos autobiográficos titulado Straparole (1967), obra plagada de numerosos hallazgos lingüísticos que volvieron a recuperar su placer por la escritura de tintes humorísticos. En esta misma línea cáustica y burlesca, volvió a la literatura con Al macero (Al afligido, 1976) y al guión cinematográfico con La veritàaaa (La verdaaaad, 1982).

Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). Biografia de Cesare Zavattini. En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona (España).



jueves, 17 de septiembre de 2020

Sandro Penna

 





El vegetal

Dejado he los animales con sus
mil mudables inútiles formas.
Respiro junto a vos, ahora que anochece,
purpúrea flor desconocida: mucho
mejor me hablas que sus voces.
Duerme entre tus verdes inmensas hojas,
purpúrea flor desconocida, viva
como el leve chiquillo que he dejado
dormir, un día, abandonado en la hierba.

de Poesie (1927-1938), en Poesie, Garzanti, 1987.

(Versión G.M.)


Raffaele Belliazzi, Il riposo

Original Italiano:

Il vegetale

Lasciato ho gli animali con le loro
mille mutevoli inutili forme.
Respiro accanto a te, ora che annotta,
purpureo fiore sconosciuto: assai
meglio mi parli che le loro voci.
Dormi fra le tue verdi immense foglie,
purpureo fiore sconosciuto, vivo
come il lieve fanciullo che ho lasciato
dormire, un giorno, abbandonato all’erbe.

da Poesie (1927-1938), in Sandro Penna, Poesie, Garzanti, 1987.

 


Para biografía y biblografía visitar: https://italianoalabartola.blogspot.com/2017/11/sandro-penna.html


viernes, 21 de agosto de 2020

La muerte de Italo por Gianni Celati


Pocos días después del funeral de Italo Calvino escribí los apuntes que siguen, nada más que para recordarme la situación y los sentimientos del momento. Recién había llegado de Francia y la misma tarde la mujer de Calvino (Chichita) me llamó por teléfono para decirme que Italo estaba muriendo. Salí en auto de noche hacia Siena junto a la mujer de Carlo Ginzburg (Luisa), mientras Carlo llegaba en tren desde Roma. 
En el auto llegamos a Siena a las doce y media justo en el momento en que Carlo bajaba del taxi frente al hospital. Chichita había ido a dormir al albergue. Italo estaba en la sala de reanimación donde no se podía entrar, lo mantenían vivo con fármacos “según los términos legales”. Habíamos buscado en todos los albergues de Siena sin encontrar un lugar para dormir, entonces nos sentamos a esperar frente al hospital. Conseguimos entrar recién a las cuatro, cuando llegó Chichita junto a Giorgio Agamben, Giovanna, Aurora, François Wahl, y el hermano de Italo. 
Habían arreglado el cuerpo de Italo en el cajón, pero de una forma ridícula, parece, poniéndole un encaje alrededor de la cabeza. 
A la noche nos sentamos alrededor de una mesa en la habitación del director del hospital. Chichita tuvo que ir a ocuparse del cajón y de otros asuntos, después cuando volvió se puso a contar muchas cosas sobre Italo. Mientras estaba semiconsciente los doctores lo habían interrogado largamente, e Italo respondía consecuentemente, pero siempre en modo novelesco. Decía frases como si estuviera reflexionando sobre alguna cosas que tenía que escribir, y a un cierto punto habría dicho la siguiente frase: “Gli occhiali sono il giudice”(1). Después una broma patafísica en francés: “Je suis un abat-jour allumé”(2) (esto, según Chichita, porque el aneurisma le había provocado un tremendo ardor en la cabeza). 

En otro momento Italo se había despertado preguntando si había habido un incidente. Después había dicho a los doctores que tenía treinta años y vivía en el Boulevard Saint Germain (donde iba a pasear casi cada tarde cuando yo estaba en Paris). Antes de caer en el sopor que precede al coma, comenzó a hablar como si leyera un libro, pronunciando estas palabras muy espaciadas: “Vanni di Marsio, fenomenologo…le rette… le parallele…”.(3) Y después no habló más. 

Entonces metieron su cuerpo en el cajón en medio de un grandísimo salón del hospital. En el cajón se había empequeñecido todo, y su rostro estaba desfigurado por un bulto en la frente, donde lo habían abierto para operarlo. Entre otras cosas le habían cortado el pelo, e incluso esto lo volvía distinto. Había sin embargo rastros de su antigua mueca en los labios, y mirándolo del lado contrario al del bulto lo reconocía bien. La gran sala estaba llena de murales, con sillas de terciopelo alineadas a lo largo de los muros, y un pasillo en el suelo llegaba hasta la mesa de mármol sobre la que había sido colocado el cuerpo. Estaba ese ridículo encaje entorno al cajón, que cada tanto el viento agitaba, y parecía poner en su lugar. Eran ya las seis de la mañana, se veía una bella luz en el valle fuera de la ventana. 

A las siete los enfermos del hospital empezaron a llegar para ver al muerto famoso, del que hablaban todos los diarios. Después vinieron muchas mujeres con canastos, que entraban en el hospital mientras iban a hacer las compras. Estas mujeres en el gran salón no se dirigían jamás al pasillo, pero giraban todas en torno al cajón con aire humilde y respetuoso. Aún en los negocios en torno a la plaza no se hacía otra cosa que hablar de Italo, era una bellísima jornada y además comenzaban a aparecer los turistas que iban a visitar la catedral. Hacia las ocho llegó el prefecto de Siena, saludó a Chichita con una reverencia muy rígida. Después vino el comandante de los carabineros a saludar a Chichita de un modo más humano, casi disculpándose, y yéndose con aire conmovido. El prefecto en cambio se fue rígido como un bacalao. 

Venía gente de todo tipo. Llegó incluso el dueño de un restaurante a saludar afectuosamente a Chichita. Vinieron carabineros, curas, monjas, enfermos, enfermeros a ver el cuerpo del hombre famoso. Vinieron los chicos de una escuela primaria acompañados de una monja, y mientras la monja decía una plegaria los chicos se ponían en puntas de pie para ver al muerto. Después llegó Natalia Ginzburg, y fue la persona que más amé en semejante tráfico. François Wahl parecía un hombre torturado: murmuraba que un año antes había muerto su madre, después se murió Foucault, ahora Italo. Sic transit gloria mundi, habría querido responderle. 

A las once Carlo, Luisa y yo fuimos a un albergue. Dormí hasta las cuatro y tuve un sueño. En el sueño había una calle que estaban construyendo, y había una especie de tractor que tiraba la grava a los costados, antes de extender el asfalto en el camino. Sobre esa especie de tractor estaba sentado Italo, que se abrazaba en una de sus posturas habituales, y tenía incluso la vieja mueca en los labios. Después, cuando vino Carlo a despertarme, estaba soñando que la calle unía dos ciudades apartadas, e Italo estaba relacionado con su construcción como si fuera el supervisor de los trabajos (pensé mucho en este sueño, en el sentido de esa calle que comunica lugares apartados). 

Cuando volvimos al hospital, toda esa atmósfera luctuosa todavía me gustaba. Había venido una delegación del Partido Comunista, había muchas coronas, mucha gente popular. Me gustaba que viniesen de a tantos, todos confundidos, los curas, los comunistas, las monjas, los pálidos intelectuales de provincia que espiaban al muerto tímidamente. Me gustaba que hubiese un desarrollo no preestablecido, pero fúnebre, y que todos salieran de tanto en tanto a conversar tristemente frente a la catedral. Después me gustó cuando llegó el Presidente de la República, y todos los enfermos lo aplaudieron. Yo estaba sobre las escalinatas de la catedral con Carlo; llegó otro personaje del Partido Comunista de aire simpático; caía un poco de lluvia pero el cielo estaba sereno. 

Así las cosas anduvieron bien hasta las siete y media de la tarde, cuando debían cerrar la sala del hospital. Chichita dijo: “No puedo dejarlo acá solo”. Giorgio Agamben y yo queríamos estar ahí dentro encerrados toda la noche a hacerle compañía a Italo, pero no era posible porque la sala tenía que quedar vacía (¡reglamentos!). Entonces tuvimos que dejarlo solo, y quizá entonces Chichita me contó otras cosas. No recuerdo bien por qué motivo me hizo reír, pero tenía que ver con el hecho de que a Italo le gustaba bien poco la llamada vida de pareja. 

Cenando en un restaurante nos encontrábamos bien, con Carlo y Luisa, Giorgio Agamben y Ginevra Bompiani. Pensaba en las últimas palabras de Italo (“Vanni di Marsio, fenomenologo… le rette… le parallele…”). Para él la geometría era una idea de claridad, y no le gustaba el agujero del alma, lo negro que tenemos dentro. Rechazaba, rechazaba esas cosas. A él le gustaba l'esprit de géométrie, como un Pascal al revés. Últimamente se había puesto a estudiar la fenomenología de Husserl. Vanni di Marsio es un nombre que no existe: su última frase resume todo. 

Ahora sin embargo me doy cuenta de que confundí los horarios, porque en realidad el salón del hospital no cerró a las siete y media, sino a medianoche. Y fue ahí que empecé a sentirme a disgusto, sobre todo cuando a medianoche vi aparecer en la plaza de la catedral cuatro figuras de la alta cultura, con aire de grandes parásitos que se avergonzaban de estar ahí, se avergonzaban de la muerte. Parecían perros con la cola entre las patas, no por dolor o tristeza, sino porque el luto los ponía incómodos. Uno de ellos me dijo incluso estas palabras: “Sabés, la muerte me parece una cosa obscena, poco digna y antiestética”. 

A la mañana siguiente, a las ocho, todo había empeorado. Cada minuto que pasaba la situación se volvía más insoportable. Todos los diarios llevaban la noticia de la muerte de Italo en la tapa, pero no había un solo artículo que valiera la pena. Calvino se volvía el símbolo de un privilegio, el símbolo de la literatura como privilegio mundano, un espejismo que era puesto en circulación por primera vez desde los tiempos de D’Annunzio. Él que durante tantos años se rió de la manía de “hacerse escritores”, que se había torturado por no ceder a la facilidad del “nome di richiamo”, ahora se había vuelto un espejo de alondras. Hay un regreso a las mitologías dannunzianas, de manera industrial, la literatura entra oficialmente entre los productos publicitarios de consumo, de ahora en adelante habrá sólo este montaje de los “nomi di richiamo” agitados desde los diarios. Y todos los aspirantes al privilegio mundano del rol de “escritor” se asoman como los ratones cuando van en busca del queso. 

Hacia las once ya habían llegado todos, uno a uno, no sé para qué, con la vergüenza del luto. Venían a mirar a Italo, muy fugazmente, nuestros hombres de cultura, la alta burguesía, los grandes parásitos. Y después de repente te los encontrabas charlando mundanamente frente al hospital. Se veía que cada uno tenía una órbita alrededor de la que girar, cada uno hacía acto de presencia en un recorrido por personajes importantes. Se veía que ahora Italo estaba completamente en sus manos, era un muerto de la Gran Casta: era un representante de los que venían a espiar por deber, antes de volverse a zumbar en sus órbitas. 

Andaba por acá y por allá escuchando a los orbitantes de la plaza. Sólo hablaban de libros, de sus libros, de su éxito, de sus conocimientos, de los artículos de los diarios, de las cosas que es necesario leer, de las que no es necesario leer. Escuché a uno que decía, de un libro que estaban publicando: “Será un gran éxito”. Después alguno dijo: “Y lo hacemos traducir en seguida al francés”. Estaban tan absortos en sus negocios que la circunstancia del luto no los tocaba ni de lejos. En un bar me encontré a Umberto Eco, que viéndome comer un brioche me saludó con esta frase: “¿Hacemos un banquete en honor al muerto?”. Tenía que irse rápido, lo esperaban en Bologna. 

Hacia mediodía incluso yo tenía ganas de irme, pero no podía porque estaba con Carlo y Luisa. En la plaza veía circular a los orbitantes, todos inflados con el gas de la cultura. Viviendo y nutriéndose de juicios, intercambiando juicios continuamente, esa era su zanahoria. Lo juicios reverberan en las órbitas, y el que quiere hacer carrera, para tener acceso a las órbitas, tiene que hacer como los otros, porque esa es su zanahoria. Mientras tanto el féretro pasaba a través de la puerta del hospital, mientras los enfermos que querían salir eran devueltos por los enfermeros. Además de los representantes de la Gran Casta mundana y cultural, no había mucha más gente en la plaza, extrañamente vacía incluso de turistas. 

Hice el viaje en auto con Carlo y Luisa hasta el cementerio de Roccamare, en un paisaje montañoso lleno de tenues colores. En la calle hacia Grosseto, entre los campos recién arados y en una bella jornada de setiembre, teníamos muchas ganas de hablar de Italo. Pensábamos en cuando había hecho que nos encontráramos, hacía dieciséis años, con esta taxativa orden: “¡Vuélvanse amigos!”. Desde entonces Carlo y yo nunca dejamos de pelear, hasta el momento en que nos sentmos muy amigos. 

Cementerio de Castiglione della Pescaia, en lo alto de un promontorio. Acá era evidente la separación entre clases. La Gran Casta estaba alrededor del agujero de la tumba sobre suelo de cemento, mientras los indígenas trepados a los muros miraban todo desde lejos. El alcalde de Castiglione della Pescaia había hecho pegar unos panfletitos que hablaban de Italo como “autor local”, pero nada tenía el aspecto de la fiesta campesina, todo apestaba a publicidad y a mundanidad. Un fotógrafo se puso a fotografiar a Natalia Ginzburg mientras lloraba. Alrededor mío sentía a muchos que hablaban el perfecto francés de los mejores círculos parisinos. No quedaba otra cosa que hacer que escapar a toda velocidad. Chichita estaba a duras penas en pie, ni siquiera me reconoció cuando la abracé. 

Después por fortuna estaban Carlo y Luisa, y viajando en el auto nos sentíamos muy cercanos. Si lloré a la tarde fue porque todo había pasado, no había más qué hacer, era necesario abandonar este país cínico y tramposo. Toda la llamada cultura había encontrado finalmente un muerto que la elevase de su chatura, y personalmente sentí una miseria no distinta de la de Italo. De Italo sin embargo me vienen a la mente las muecas de chiquillo con las que frecuentemente evidenciaba no estar a gusto en la vida, y aún hacerse el tonto cuando tenía ganas. Todas cosas que no salen en los diarios, ni le interesan a los profesores universitarios: porque nuestro lado negro, que por momento se vuelve el más luminoso, es poco tratable en términos de la famosa zanahoria cultural. 

(Este texto apareció en la sección “Extra” del número 9 de Riga, dedicado a Italo Calvino, 1996, al cuidado de Marco Belpoliti) 

(1) Los anteojos son el juez. 
(2) Soy una pantalla encendida. 
(3) Vanni di Marsio, fenomenólogo…las rectas…las paralelas…

(Versión G.M.)

https://www.doppiozero.com/materiali/calvino-trentanni-dopo/morte-di-italo


Original Italiano:

Morte di Italo 

Pochi giorni dopo il funerale di Italo Calvino ho buttato giù gli appunti che seguono, soltanto per ricordarmi la situazione e i sentimenti del momento. Ero appena tornato dalla Francia, e la sera stessa la moglie di Calvino (Chichita) mi ha telefonato per dirmi che Italo stava morendo. Sono partito in macchina nella notte verso Siena assieme alla moglie di Carlo Ginzburg (Luisa), mentre Carlo stava arrivando col treno da Roma. 

In macchina io e Luisa siamo arrivati a Siena a mezzanotte e mezza, e proprio allora Carlo stava smontando da un taxi davanti all'ospedale. Chichita era andata a dormire all'albergo. Italo era in sala di rianimazione dove non si poteva entrare, lo tenevano ancora in vita con farmaci «a termini di legge». Abbiamo cercato in tutti gli alberghi di Siena senza trovare un posto per dormire, allora ci siamo seduti ad aspettare davanti all'ospedale. Siamo riusciti a entrare solo alle 4, quando è arrivata Chichita assieme a Giorgio Agamben, Giovanna, Aurora, François Wahl, e il fratello di Italo. Avevano già composto il corpo di Italo nella bara, ma in modo ridicolo, pare, mettendogli del pizzo intorno alla testa. 

Nella notte ci siamo seduti intorno a un tavolo nella stanza del direttore dell'ospedale. Chichita ha dovuto andare a occuparsi della bara e d'altre cose, poi quando è tornata si è messa a farci molti racconti su Italo. Mentre era in stato di semi coscienza i dottori lo avevano interrogato a lungo, e Italo rispondeva a tono, ma sempre in modo romanzesco. Diceva frasi come se stesse ancora rimuginando su qualcosa da scrivere, e a un certo punto avrebbe detto questa frase: «Gli occhiali sono il giudice». Poi una battuta patafisica, in francese: «Je suis un abat-jour allumé» (questo, secondo Chichita, perché l'aneurisma gli aveva messo un tremendo bruciore nella testa). 

In un altro momento Italo si era risvegliato chiedendo se aveva avuto un incidente. Poi aveva detto ai dottori che aveva trent'anni e abitava in Boulevard Saint Germain (dove andava a passeggiare quasi ogni sera, quando io ero a Parigi). Prima di cadere nel sopore che precede il coma, ha cominciato a parlare come se leggesse un libro, pronunciando queste parole molto scandite: «Vanni di Marsio, fenomenologo... le rette... le parallele...». E dopo non ha più parlato. 

Adesso avevano messo il suo corpo nella bara in mezzo a un grandissimo salone dell'ospedale. Nella bara s'era tutto rimpicciolito, e il suo viso era deturpato da una grossa bozza sulla fronte, dove lo avevano aperto per operarlo. Inoltre gli avevano tagliato tutti i capelli, e anche questo lo rendeva diverso. Aveva però una traccia della sua antica smorfia sulle labbra, e guardandolo dal lato opposto a quello della bozza lo riconoscevo bene. La grande sala era piena di affreschi, con sedie di velluto allineate lungo i muri, e una corsia per terra arrivava fino al tavolo di marmo su cui era stata collocata la salma. C'era quel ridicolo pizzo intorno alla bara, che ogni tanto il vento agitava, e bisognava rimetterlo a posto. Erano già le sei del mattino, si vedeva una bella luce nella vallata fuori dalla finestra. 

Alle sette i malati dell'ospedale hanno cominciato ad affluire per vedere il morto famoso, di cui parlavano tutti i giornali. Poi sono venute molte donne con la sporta, che entravano nell'ospedale mentre andavano a fare la spesa. Queste donne nel grande salone non si avviavano mai sulla corsia, ma giravano tutte a lato della bara con aria umile e rispettosa. Anche nei negozi intorno alla piazza non si faceva che parlare di Italo, era una bellissima giornata e adesso cominciavano ad apparire i turisti che andavano a visitare la cattedrale. Verso le otto è arrivato il prefetto di Siena, che ha salutato Chichita con un inchino molto rigido. Poi è venuto il comandante dei carabinieri a salutare Chichita in modo più umano, quasi scusandosi, e andando via con aria commossa. Il prefetto invece è andato via rigido come un baccalà. 

Veniva gente di tutti i tipi. È arrivato anche il padrone d’un ristorante a salutare affettuosamente Chichita. Sono venuti carabinieri, preti, suore, malati, infermieri a vedere il corpo dell'uomo famoso. Sono venuti i bambini d'una scuola elementare accompagnati da una suora, e mentre la suora diceva una preghiera i bambini si drizzavano sulle punte dei piedi per vedere il morto. Poi è arrivata Natalia Ginzburg, ed era la persona che amavo di più in tutto quel traffico. François Wahl sembrava un uomo torturato: borbottava che un anno fa gli è morta la madre, poi è morto Foucault, adesso Italo. Sic transit gloria mundi, volevo rispondergli. 

Alle undici io, Carlo e Luisa siamo andati in albergo. Ho dormito fino alle quattro e ho fatto un sogno. Nel sogno c'era una strada che stavano costruendo, e c'era una specie di trattore che buttava la ghiaia ai lati, prima di stendere l'asfalto sulla carreggiata. Su quella specie di trattore era seduto Italo, che si teneva strette le braccia intorno al corpo in una sua posa abituale, e aveva anche la sua vecchia smorfia sulle labbra. Poi quando Carlo è venuto a svegliarmi, stavo sognando che la strada congiungeva due città lontane, e Italo aveva a che fare con la sua costruzione come se fosse un sorvegliante dei lavori (ho pensato molto a questo sogno, al senso di questa strada che congiunge luoghi lontani). 

Quando siamo tornati all'ospedale, tutta l'atmosfera luttuosa mi piaceva ancora. Era venuta uma delegazione del Partito Comunista, c'erano molte corone, molta gente popolare. Mi piaceva che venissero in tanti, tutti confusi, i preti, i comunisti, le suore, i pallidi intellettuali di provincia che spiavano il morto timidamente. Mi piaceva che ci fosse un andamento non prestabilito, ma funebre, e che tutti uscissero di tanto in tanto a chiacchierare mestamente davanti al duomo. Poi mi è piaciuto quando è arrivato il Presidente della Repubblica, e tutti i malati l'hanno applaudito. Io ero sui gradini del duomo con Carlo; è arrivato un altro personaggio del Partito Comunista con l'aria simpatica; scendeva un po' di pioggia ma il cielo era tutto sereno. 

Così le cose sono andate avanti bene fino alle sette e mezza di sera, quando dovevano chiudere la sala dell'ospedale. Chichita ha detto: «Non ci riesco a lasciarlo qua da solo». Io e Giorgio Agamben volevamo stare là dentro chiusi tutta la notte a fare compagnia a Italo, ma non era possibile perché la sala doveva restare vuota (regolamenti!). Allora abbiamo dovuto lasciarlo là da solo, e forse adesso Chichita mi ha raccontato altre cose. Non ricordo bene per quale motivo mi ha fatto ridere, ma c'entrava col fatto che a Italo piaceva pochissimo la vita di relazione cosiddetta. 

A cena in un ristorante stavamo bene, con Carlo e Luisa, Giorgio Agamben, Ginevra Bompiani. Pensavo alle ultime parole di Italo («Vanni di Marsio, fenomenologo... le rette... le parallele...»). Per lui la geometria era una idea di chiarezza, e amava poco il buco dell'anima, il nero che abbiamo dentro. Si rifiutava, si rifiutava a queste cose. A lui piaceva l'esprit de géométrie, come un Pascal al rovescio. Negli ultimi tempi s'era messo a studiare la fenomenologia di Husserl. Vanni di Marsio è un nome che non esiste: l'ultima sua frase riassume tutto. 

Adesso però mi viene in mente che ho sbagliato gli orari, perché in realtà il salone dell'ospedale non è stato chiuso alle sette e mezza, bensì a mezzanotte. Ed è lì che ho cominciato a sentirmi a disagio, precisamente quando a mezzanotte ho visto spuntare sulla piazza del duomo quattro figuri dell'alta cultura, con l'aria di grossi parassiti che si vergognavano ad essere lì, si vergognavano della morte. Sembravano cani con la coda tra le gambe, non per dolore o mestizia, ma perché il lutto li metteva in imbarazzo. Uno di loro mi ha anche detto queste precise parole: «Sai, la morte mi sembra una cosa sconcia, poco dignitosa e antiestetica». 

La mattina dopo, ore otto, tutto era cambiato in peggio. A ogni minuto che passava la situazione diventava più insopportabile. Tutti i giornali riportavano la notizia della morte di Italo in prima pagina, ma non c'era un solo articolo che valesse la pena di esser letto. Calvino diventava il simbolo d'un privilegio, il simbolo della letteratura come privilegio mondano, un miraggio che veniva rimesso in circolazione per la prima volta dai tempi di D'Annunzio. Lui che per tanti anni aveva deriso la mania di «farsi scrittori», che s'era torturato per non cedere alla facilità del «nome di richiamo», adesso era diventato uno specchio per le allodole. C'è un ritorno alle mitologie dannunziane in forma industriale, la letteratura entra ufficialmente tra i prodotti pubblicitari di consumo, d'ora in poi sarà solo questa montatura dei «nomi di richiamo» sventolati sui giornali. E tutti gli aspiranti al privilegio mondano del ruolo di «scrittore», adesso spuntano fuori come i topi che vanno in cerca del formaggio. 

Verso le undici erano già arrivati tutti, uno a uno, non so a fare cosa, tutti con l'imbarazzo per il lutto. Venivano lì a guardare Italo proprio di sfuggitissima, i nostri uomini di cultura, l'alta borghesia, i grandi parassiti. E poi subito li ritrovavi che chiacchieravano mondanamente davanti all'ospedale. Lo vedevo bene che ognuno aveva un'orbita dove girare, ognuno faceva atto di presenza in un giro di personaggi che contano. Lo vedevo che adesso Italo era completamente in mano loro, era un morto della Grande Casta: era un loro celebre rappresentante che venivano a sbirciare per dovere, prima di tornarsene a ronzare nelle loro orbite. 

Giravo di qua e di là ascoltando gli orbitanti sulla piazza. Parlavano solo di libri, dei loro libri, dei loro successi, delle loro alte conoscenze, degli articoli sui giornali, delle cose che bisogna leggere, delle cose che non bisogna leggere. Ho sentito qualcuno che diceva, d'un libro che stavano pubblicando: «Sarà un grande successo». Poi qualcuno ha detto: «E lo facciamo tradurre subito in francese». Erano così assorti nei loro traffici, che la circostanza del lutto non li sfiorava neanche lontanamente. In un bar ho incontrato Umberto Eco, che vedendomi mangiare una brioche mi ha salutato con questa battuta: «Facciamo un banchetto in onore del morto?». Doveva scappare in fretta, lo aspettavano a Bologna. 

Verso mezzogiorno avevo voglia anch'io di scappare via, ma non potevo perché ero con Carlo e Luisa. Là sulla piazza vedevo gli orbitanti in circolazione, tutti gonfi col gas della cultura. Tutti che campano e si nutrono di giudizi, si scambiano giudizi in continuazione, e quella è la loro carota. I giudizi riverberano nelle orbite, e chi vuole far carriera deve fare come gli altri, per avere accesso alle orbite, perché quella è la sua carota. Intanto il feretro passava attraverso la porta dell'ospedale, mentre i malati che volevano uscire erano rimandati indietro dagli infermieri. A parte i rappresentanti della Grande Casta mondana e culturale, non c'era più molta gente sulla piazza, stranamente vuota anche di turisti. 

Ho fatto il viaggio in macchina con Carlo e Luisa fino al cimitero di Roccamare, nel paesaggio collinare pieno di colori tenui. Sulla strada verso Grosseto, tra i campi appena arati e in una bella giornata di settembre, avevamo molta voglia di parlare di Italo. Ripensavamo a quando ci aveva fatto incontrare, sedici anni fa, con questo ordine tassativo: «Diventate amici!». Da allora io e Carlo non abbiamo mai smesso di litigare, fino a quel momento in cui ci sentivamo molto amici. 

Cimitero di Castiglione della Pescaia, in alto sul promontorio. Qui era netta la separazione tra le classi. La Grande Casta era attorno al buco della tomba che veniva cementato, mentre gli indigeni arrampicati sui muri guardavano tutto da lontano. Il sindaco di Castiglione della Pescaia aveva fatto affiggere dei manifestini che inneggiavano a Italo come «autore locale», ma niente aveva l'aria della festa paesana, tutto puzzava di pubblicità e di mondanità. Un fotografo si è messo a fotografare Natalia Ginzburg che piangeva. Intorno a me sentivo molti che parlavano l'ottimo francese dei migliori circondari parigini. Non c'era proprio altro da fare che scappare via in fretta. Chichita stava in piedi a stento, non mi ha neanche riconosciuto quando l'ho abbracciata. 

Poi per fortuna c'erano Carlo e Luisa, e andando in macchina ci sentivamo molto vicini. Se ho pianto alla sera è perché era passato via tutto, non c'era più niente da fare, bisogna proprio abbandonare questo paese cinico e baro. Tutta la cosiddetta alta cultura aveva finalmente trovato un morto che la sollevasse dalla sua bassezza, e io personalmente sentivo la mia miseria non diversa da quella di Italo. Di Italo però mi vengono in mente le smorfie da ragazzino con cui spesso mostrava di non essere per niente a suo agio nella vita, e anche di poter fare lo sciocco quando ne aveva voglia. Cose queste che sui giornali non si scrivono, né interessano ai professori universitari: perché il nostro lato nero, che a momenti diventa quello più radioso, è poco trattabile nei termini della famosa carota culturale. 

Questo testo è apparso nella sezione «Extra» del numero 9, dedicato a Italo Calvino, della collana «Riga», 1996; a cura di Marco Belpoliti.

https://www.doppiozero.com/materiali/calvino-trentanni-dopo/morte-di-italo



domingo, 29 de diciembre de 2019

Juan Rodolfo Wilcock



DOS

Conmigo mi mundo desaparecerá, la red
que me he tejido como una araña
que está quieta en un ángulo de la tela
y a veces come y a veces la remienda;
pero su tela está siempre rasgada
y la araña no tiene ganas de arreglarla.
Proseguirán entretanto los otros mundos
cada uno con su insecto en el medio vigilante,
tramas brillantes o marañas grises,
pequeñas esferas como jaulas delicadas
que no tienen paz y en medio la araña
hasta que desaparece y nadie se da cuenta.
Pero vos, ya que has querido hacer también tuyo
este mundo que fue quizá el más hermoso,
erizado de alfileres de oro y fibras finas,
sujétate a mí, envuélvete en la misma
red compleja que no se repite,
hilo a hilo poséela y sostenla
como he hecho hasta ahora estando solo.

De Poesie, Adelphi, 1996.
Versión G.M.



Original italiano:

DUE 

Con me il mio mondo sparirà, la rete
che mi sono tessuto come un ragno che sta fermo in un              angolo della tela
e a volte mangia e a volte la rammenda; 

ma la sua tela è sempre più squarciata
e il ragno non ha voglia di aggiustarla.
Proseguiranno intanto gli altri mondi
ognuno col suo insetti in mezzo vigile,
trame lucide oppure matasse grige,
sferule come gabbie delicate
che non si danno pace e in mezzo il ragno
finché sparisce e nessuno se ne accorge.
Ma tu, già che hai voluto fare anche tuo
questo mondo che fu forse il più bello,
irto di spilli d'oro e fibre fine,
stringiti a me, avvolgiti nella stessa
rete complessa che non si ripete,
filo a filo possiedila e sorreggila
come ho fatto finora ch'ero solo.


Da Poesie, Adelphi, 1996. 


Biografía:
Juan Rodolfo Wilcock (Buenos Aires, 17 de abril de 1919 – Lubriano, Italia, 16 de marzo de 1978) fue un poeta, crítico, traductor y escritor argentino. Escribió en español y en italiano.

Por Juan Pablo Cinelli
Tiempo Argentino del 22 de Julio de 2017

Si en la literatura argentina hay un escritor que ha conseguido alcanzar la estatura de mito, ese es J. Rodolfo Wilcock. No sólo por lo que su obra representa dentro de un canon al que de a poco se le ha ido permitiendo la entrada, sino por los excéntricos detalles de su vida, convertida en misterio a fuerza de un olvido hecho de tiempo y distancia. Quien acepte el desafío de recorrer ese olvido en sentido inverso obtendrá el privilegio de conocer una de las obras más extrañas y delicadas (y graciosas y lúcidas y más) que jamás haya sido escrita por un autor argentino. Una hazaña que vuelve a ser posible gracias al trabajo de rescate de su obra que viene llevando adelante la editorial La Bestia Equilátera, dirigida por el escritor y editor Luis Chitarroni, que acaba de reeditar uno de los libros emblemáticos de la bibliografía wilcockiana, El estereoscopio de los solitarios.
 Nacido en 1919, hijo de un inglés y una italiana, benjamín de la cofradía que integraban Borges y Bioy Casares, y gran amigo de Silvina Ocampo, Wilcock vivió en Buenos Aires hasta mediados de la década de 1950. Durante esos años trabajó casi exclusivamente sobre el género poético, publicando seis libros que le valieron ser considerado no sólo un poeta destacado, sino uno de los nombres más respetados de su generación. Admirado por sus pares y mayores, sin embargo Wilcock no dudó en clausurar todo lo hecho en busca de reconstruirse por completo. De carácter indescifrable y una marcada inclinación por la misantropía, decidió dejar atrás no sólo su ciudad natal, sino también al género poético y, más aún, hasta su idioma.
 Ya radicado en Italia, a partir de la década de 1960 Wilcock comenzó a producir y publicar novelas y cuentos escritos en la lengua de Dante, de los que no se tuvieron noticias en la Argentina hasta varias décadas más tarde. Mientras Borges alcanzaba la consagración mundial, con Bioy manteniéndose cerca de su cono de luz y Ernesto Sabato creciendo a su sombra, mientras Cortázar se convertía en boom y una nueva generación empezaba a buscar su propio espacio a los golpes, Wilcock desapareció y nadie supo más de él. Como si hubiera muerto, su nombre se fue borrando de la memoria de los hombres y de la literatura argentina, al mismo tiempo que su figura crecía en los círculos intelectuales de su nueva patria.
 Wilcock publicó una decena de libros en su etapa italiana. Novelas como Dos indios alegres, El ingeniero o El templo etrusco; compilaciones de ensayos breves como Hechos inquietantes; excéntricos libros de relatos como La sinagoga de los iconoclastas, El libro de los monstruos o el ahora republicado El estereoscopio de los solitarios. En todos ellos se destaca su manejo salvaje de lo fantástico, llevado a los límites del absurdo a través del uso magistral de los recursos poéticos y humorísticos. Todos esos elementos aparecen con claridad notoria en El estereoscopio…, en donde Wilcock amontona 70 personajes cuyas historias son contadas de un modo tan breve como sorprendente.
 Ahí está Baruch, el relojero amigo de las valquirias, a quienes alimenta con migas de pan duro como un viejo lo haría con las palomas en una plaza. O Aulogelio, que nació con aletas en vez de brazos y una uña en lugar de pies, que es verde y creció entre los yuyos del fondo de la casa donde sus padres le permiten arrastrase desnudo y andar con una erección permanente, mientras se conforman pensando que así es feliz, porque ama la naturaleza. O los Carunzi, personajes de alas apenas perceptibles, a quienes los hombres tratan con indiferencia porque son inútiles en el presente, encargándose sólo de algunas cuestiones del pasado, vaciando al azar la memoria, los recuerdos, los archivos.
 El estereoscopio de los solitarios y casi todos los libros de Wilcock fueron editados en español recién a finales de los ’90, pero lejos de resultar una revelación para los lectores, su nombre continuó siendo un misterio irresuelto. Pero esta reedición –que le sigue a la ya realizada de El caos, su único libro de cuentos escrito originalmente en español, y que cuenta con una nueva traducción a cargo de Ernesto Montequín— parece haber comenzado a granjearle un nuevo prestigio, aunque más no sea como autor de culto.
 Y no se trata de un hecho casual. Hay algo en su literatura que hasta ahora ha resultado infranqueable para los lectores argentinos, como si la necesidad de traducirla del italiano al español hubiera sido además el avatar físico de una ilegibilidad que en realidad siempre fue de otro orden. Quizá era necesario que pasaran estos casi 40 años que separan a la muerte de Wilcock del presente para que en la Argentina se pudiera comprender la naturaleza de su obra. O tal vez simplemente era necesario que una editorial como La Bestia Equilátera le ofreciera estos libros a los lectores indicados. Por fin. «


Bibliografía:
En italiano
Il caos, Bompiani, 1960
Fatti inquietanti, Bompiani, 1961; poi Adelphi, 1992
Luoghi comuni, Il Saggiatore, 1961
Teatro in prosa e versi, Bompiani, 1962
Poesie spagnole, Guanda, 1963
La parola morte, Einaudi, 1968
Lo stereoscopio dei solitari, Adelphi, 1972, 1990
La sinagoga degli iconoclasti, Adelphi, 1972, 1990
Il tempio etrusco, Rizzoli, 1973
I due allegri indiani, Adelphi, 1973, 2011
Parsifal, Adelphi, 1974
Italienisches Liederbuch 34 poesie d'amore, Rizzoli, 1974
L'ingegnere, Rizzoli, 1975; poi L'Editore, 1990
Frau Teleprocu (In collaborazione con Francesco Fantasia), Adelphi, 1976
Il libro dei mostri, Adelphi, 1978, 2019
Poesie, Adelphi, 1980, 1993, 1996
L'abominevole donna delle nevi e altre commedie, Adelphi, 1982
Le nozze di Hitler e Maria Antonietta nell'inferno (in collaborazione con Francesco Fantasia), Lucarini, 1985
Il reato di scrivere, Adelphi, 2010

En español:
Libro de poemas y canciones, Editorial Sudamericana, 1940.
Ensayos de poesía lírica, Edición del autor, 1945.
Persecución de las musas menores, Edición del autor, 1945.
Paseo sentimental, Editorial Sudamericana, 1946.
Los hermosos días, Emecé, 1946, 1998.
Sexto, Emecé, 1953, 1999.
Los traidores (en colaboración con Silvina Ocampo). Losada, 1956; Ada Korn, 1988.
El caos, Editorial Sudamericana, 1974, 2000.
Poemas, Fundarte, Caracas, 1980.
La sinagoga de los iconoclastas, Anagrama, Barcelona, 1981.
El ingeniero, Losada, Buenos Aires, 1996.
El estereoscopio de los solitarios, Sudamericana, Buenos Aires, 1998.
Hechos inquietantes, Sudamericana, Buenos Aires, 1998.
El libro de los monstruos, Sudamericana, Buenos Aires, 1999.
Los dos indios alegres, Sudamericana, Buenos Aires, 2001.
El templo etrusco, Sudamericana, Buenos Aires, 2004.
El libro de los monstruos, La Bestia Equilátera, 2019.



domingo, 15 de diciembre de 2019

Federigo Tozzi


Quisiera leer como un chico, quisiera entender como un chico. Allá, en el bosque fresco de verde y sombra, he dejado el juguete de mi pasado, porque se le rompieron los hilos. Pero me pongo a mirar fijo el tuquino para que me den otro; quizá fabricado como una nube. También la lluvia es el juguete con que retozan las fuentes del jardín; también mi sonrisa es un juguete, como mi corazón que late.
Y mi sombra es el juguete del sol; mi voz el de mi alma.
Cuando estamos muertos no se habla, entonces lo que dijimos lo repiten los otros.
También el ataúd es el juguete que se pone bajo tierra.
Y si fuera un chico quisiera pedir a Dios que esta fresca hierba la dejaran en paz; y escribiría yo mismo mi libro de lectura.
Volvería buenas hasta a las víboras.

De Bestie, Fratelli Treves, 1917; Garzanti, 2019.
Versión G.M.


Original italiano:

Vorrei leggere come un ragazzo, vorrei capire come un ragazzo. Là giù, nel bosco fresco di verde e di ombre, ho lasciato il giocattolo del mio passato, perché si sono roti i fili. Ma io mi metto a guardare fisso il turchino perché me ne venga un altro; magari fatto come una nuvola. Anche la pioggia è il giocattolo con il quale ruzzano le fontane del giardino; anche il mio sorriso è un giocattolo, come il mio cuore che batte. 
E la mia ombra è il giocattolo del sole; la mia voce è quello della mia anima.
Quando siamo morti non si parla, e allora quel che s’è detto lo ripetono gli altri.
Anche la bara è il giocattolo, che si mette sotto terra.
E, s’io fossi un ragazzo, vorrei chiedere a Dio che questa fresca erba la lasciassero in pace; e mi scriverei da me il libro di lettura.
Farei doventar buone anche le vipere.
Da Bestie, Fratelli Treves, 1917; Garzanti, 2019.


Biografía:
Federigo Tozzi (Siena, 1 de enero de 1883- Roma, 21 de marzo de 1920).
Durante mucho tiempo no reconocido, fue revalorizado sólo muchos años después de su muerte y ahora es considerado uno de los más importantes escritores italianos del siglo XX.
nace en Siena el 1 de enero de 1883, siendo hijo de Federico (conocido como Ghigo del peñasco) y Annunziata, mujer muy tranquila pero de endeble salud. El padre de Federigo era de orígenes campesinos, poseía una trattoria o cantina en la plaza de la Abadía de Siena y dos solares en los alrededores de la misma ciudad; era un hombre muy hábil en los negocios pero bastante rudo: Sus momentos de cólera y su desprecio hacia la cultura provocaron muchos traumas en el muchacho, dotado de una sensibilidad fuera de lo común.

Los contactos del jovencito Tozzi con la escuela se revelaron rápidamente difíciles. Federigo Tozzi frecuentó la escuela elemental en un seminario y seguidamente en el colegio arzobispal de Provenzano del cual fue expulsado en 1895, año en que falleció su madre; se inscribió entonces en la escuela de Bellas Artes donde transcurrió tres años bastante borrascosos. En 1898 se inscribe en la Escuela Técnica, tentando en el siguiente año una primera fuga de su casa.
Empero, estudiando de un modo discontinuo y muy desordenado, desarrolló un gran amor por la literatura, comenzando a frecuentar la Biblioteca Comunal de Siena donde formó su cultura abierta a los más diversos influjos, sobre todo a aquellos de la moderna psicología (William James). Luego de unas últimas desilusiones, en 1902 abandonó para siempre los estudios regulares.

En el mismo año de 1902 comienza el intercambio epistolar con una joven llamada "Annalena", senhal o alias que la novela Novale ha luego demostrado escondía la identidad de la futura mujer de Tozzi: Emma Palagi. Siempre en estos años mantiene también una relación con otra mujer: Isola, la "Ghisola" de Con gli occhi chiusi.
La primera obra con algún éxito realizada por Tozzi fue en versos y la tituló La città della Vergine, seguidamente deviene curador y compilador de algunas antologías de antiguos escritores sieneses.
Queriendo alejarse de Siena, en 1907 comenzó a trabajar en el ferrocarril que une Florencia con Pontedera, tras esta experiencia nace el diario llamado Ricordi di un impiegato.
Volvió a Siena a causa de la muerte de su padre en 1908 y, desde entonces, inició la redacción de sus novelas más famosas. 
En el mismo año 1908 contrae matrimonio con Emma Palagi y junto a ella comienza su real actividad literaria; inicialmente lo hace mediante el reordenamiento de la correspondencia amorosa con Emma, publicada luego con el título de Novale. De 1911 es La zampogna verde. En 1913 fundó junto a su amigo Giuliotti la revista quincenal llamada La Torre.

En aquel mismo período Tozzi se transfirió a Roma con la esposa y con el hijo de ambos -Glauco-, comenzando a colaborar en diversos jornales y en varias revistas literarias, mientras Italia entraba en la Primera Guerra Mundial. En 1915 publica Bestie, colección de prosas breves para el periódico Editore Treves. En el mismo año, y a causa de la guerra, Tozzi decide colaborar en la Cruz Roja.

También en aquel período Tozzi logra finalmente afirmarse como escritor y entrar en contacto con los mayores literatos e intelectuales italianos de entonces (desde Panzini a Pirandello y Borgese); no obstante su vida no era para nada fácil. Pirandello y Borgese fueron quienes más creyeron en él. En 1919 Tozzi había por fin publicado Con gli occhi chiusi que al siguiente año fue puesto en escena como ópera con el nombre de Tre croci; asimismo es en 1920 que publica Gli egoisti novela autobiográfica referida al ambiente literario romano.
Con gli occhi chiusi es considerada como una de las novelas más expresivas de la postguerra inmediata a la Primera Guerra Mundial. Tozzi accede a la notoriedad cuando Pirandello juzgó un capolavoro (obra maestra) su ópera Tre croci. Era esto a inicios de 1920, poco después Tozzi murió de pulmonía.

Federigo Tozzi dejó la mayoría de sus obras inéditas o en todo caso dispersas entre periódicos y revistas; correspondió a su hijo Glauco el reordenamiento de tal material que así fue en parte publicado póstumamente: Il podere (editado en 1921), Gli egoisti (editado en 1923) y Ricordi di un impiegato (en 1927).
El escritor sienés Federigo Tozzi recién comienza a ser conocido por el gran público a partir de los 1960.


Bibliografía:

Poesía:
La zampogna verde, Ancona, Puccini e figli, 1911.
La città della Vergine. Poema, Genova, Formiggini, 1913.

Antología:
Antologia d'antichi scrittori senesi. (Dalle origini fino a santa Caterina), Siena, Giuntini e Bentivoglio, 1913.

Novelas y colecciones de relatos o fragmentos:
Mascherate e strambotti della congrega dei rozzi di Siena, a cura e con prefazione di, Siena, Giuntini e Bentivoglio, 1915.
L'amore. Novelle, Milano, Vitagliano, 1919.
Giovani. Novelle, Milano, Treves, 1920.
Bestie, Milano, Treves, 1917. (raccolta di prose)
Gli egoisti. Romanzo;Roma-Milano, A. Mondadori, 1924.
Ricordi di un impiegato. Opera postuma, Roma, La rivista letteraria, 1920; Milano, A. Mondadori, 1927.
Trilogia di romanzi sull’inettitudine
  Con gli occhi chiusi. Romanzo, Milano, Treves, 1919.
  Tre croci. Romanzo, Milano, Treves, 1920.
   Il podere. Romanzo, Milano, Treves, 1921. (postumo)

Teatro:
La famiglia
La verità
Gente da poco
L’eredità
L'incalco. Dramma in tre atti, Roma-Milano, A. Mondadori, 1924.

Correspondencia:
Novale. Diario, Milano, A. Mondadori, 1925.

Ensayo:
Realtà di ieri e di oggi, Milano, Alpes, 1928.

Ediciones póstumas:
Opere complete di Federigo Tozzi
I, Tre croci; Giovani, Firenze, Vallecchi, 1943.
II, Il podere; L'amore, Firenze, Vallecchi, 1943.
III, Con gli occhi chiusi; Bestie; Gli egoisti, Firenze, Vallecchi, 1950.
Nuovi racconti, Firenze, Vallecchi, 1960.
Opere, Firenze, Vallecchi, 1961-1988.
I, I romanzi, Firenze, Vallecchi, 1961.
II, Le novelle, 2 tomi, Firenze, Vallecchi, 1963.
III, Il teatro, Firenze, Vallecchi, 1970.
IV, Cose e persone. Inediti e altre prose, Firenze, Vallecchi, 1981.
V, Le poesie, Firenze, Vallecchi, 1981.
VI, Novale, Firenze, Vallecchi, 1984.
VII, Carteggio con Domenico Giuliotti, Firenze, Vallecchi, 1988.
Adele. Frammenti di un romanzo, curato dal figlio dell’autore, Glauco Tozzi, Firenze, Vallecchi, 1979.
Opere. Romanzi, prose, novelle, saggi, Milano, A. Mondadori, 1987. ISBN 88-04-22666-8.
Barche capovolte, Firenze, Vallecchi, 1993.
Fonti, prefazione di Antonio Prete, Roma, Edizioni degli animali, 2017






Cesare Zavattini

  Quiero enseñarles a los pobres un juego muy hermoso. Suban la escalera con paso de forasteros (esta vez regresen a casa más tarde de lo ac...