La muerte de Pavese
Pavese cometía errores más graves que los nuestros. Porque nuestros errores eran generados por el impulso, la imprudencia, la estupidez o el candor; en cambio los errores de Pavese nacían de la prudencia, del cálculo y de la inteligencia. Nada es tan peligroso como esta clase de errores. Pueden ser, como lo fueron para él, mortales; porque de lo caminos que se equivocan por astucia es difícil regresar. Los errores que se cometen por astucia se enlazan estrechamente: la astucia hunde en nosotros raíces más firmes que la irreflexión y la imprudencia: ¿cómo liberarse de ataduras tan tenaces, tan apretadas, tan profundas? La prudencia, el cálculo y la astucia tienen el rostro de la razón: el rostro, la voz amarga de la razón, que argumenta con sus argumentos infalibles, frente a los que no hay nada que decir, no queda si no asentir.
Pavese se mató un verano en el que ninguno de nosotros estaba en Torino. Había preparado y calculado las circunstancias que preservaban su muerte, como quien prepara y dispone el curso de un paseo o de una velada. No le gustaba que hubiera, ni en los paseos ni en las veladas, nada de imprevisto o de casual. Cuando íbamos él, Balbo, el editor y yo a dar un paseo por la colina, se irritaba muchísimo si algo desviaba el curso que había dispuesto, si alguien llegaba tarde a la cita, si cambiábamos el programa sobre la marcha, si se unía a nosotros una persona imprevista, si una circunstancia fortuita nos llevaba a comer, en lugar de en la trattoría que él había elegido, en la casa de algún conocido encontrado inesperadamente por la calle. Lo imprevisto lo ponía incómodo. No le gustaba ser tomado por sorpresa.
Había hablado por años de suicidarse. Nadie le creyó jamás. Cuando venía a vernos a Leone y a mí, comiendo ciruelas, y los alemanes invadían Francia, ya hablaba de eso. No por Francia, no por los alemanes, no por la guerra que embestía contra Italia. Tenía miedo de la guerra, pero no lo suficiente como para matarse por la guerra. Siguió teniendo miedo de la guerra, aún mucho después de que la guerra terminara: como el resto de nosotros. Porque eso es lo que pasó, apenas terminada la guerra volvimos enseguida a tener miedo de una nueva guerra y a pensar en ella siempre. Y en él el miedo era mayor que en nosotros: era en él, el miedo, el vórtice de lo imprevisto y de lo desconocido, horrendo a la lucidez de su pensamiento; aguas oscuras, vertiginosas y venenosas en las desnudas orillas de su vida.
No tenía, en el fondo, para matarse, un motivo real. Pero compuso algunos y calculó la suma con precisión fulminante, los compuso nuevamente y volvió a ver, asintiendo con su sonrisa maligna, que el resultado era idéntico y por lo tanto exacto. Miró más allá de su vida, en nuestros días futuros, pensó en cómo se comportaría la gente al confrontar sus libros y su memoria. Miró más allá de la muerte, como aquellos que aman la vida y no saben cómo despegársele, y aun pensando en la muerte van imaginando, no la muerte sino la vida. Él, sin embargo, no amaba la vida, y ese mirar suyo más allá de la propia muerte no era amor por la vida, sino un profundo cálculo de circunstancias, para que nada, ni siquiera después de muerto, pudiera tomarlo por sorpresa.
(de Lessico Famigliare, 1963.)
Original Italiano:
Pavese commetteva errori più gravi dei nostri.
Perché i nostri errori erano generati da
impulso, imprudenza, stupidità e candore; e invece gli errori di Pavese
nascevano dalla prudenza, dal calcolo, e dall’intelligenza. Nulla è pericoloso
come questa sorta di errori. Possono essere, come lo furono per lui, mortali; perché dalle strade che si
sbagliano per astuzia, è difficile ritornare. Gli errori che si commettono per
astuzia, ci avviluppano strettamente: l’astuzia mette in noi radici più ferme
che non l’avventatezza o l’imprudenza: come sciogliersi da quei legami così
tenaci, così stretti, così profondi? La prudenza, il calcolo, l’astuzia hanno
il volto della ragione: il volto, la voce amara della ragione, che argomenta
con i suoi argomenti infallibili, ai quali non c’è nulla da rispondere, non c’è
che assentire.
Pavese si uccise un’estate che non c’era, a
Torino, nessuno di noi. Aveva preparato e calcolato le circostanze che
riguardavano la sua morte, come uno che prepara e predispone il corso d’una passeggiata o d’una
serata. Non amava vi fosse, nelle passeggiate e nelle serate, nulla d’imprevisto o di casuale. Quando andavamo,
lui, io, i Balbo e l’editore, a far passeggiate in collina, s’irritava
moltissimo se qualcosa deviava il corso da lui predisposto, se qualcuno
arrivava tardi all’appuntamento, se
cambiavamo all’improvviso il programma, se si aggiungeva a noi una persona
imprevista, se una circostanza fortuita ci portava a mangiare, invece che nella
trattoria che lui aveva prescelto, nella casa di qualche conoscente incontrato inaspettatamente per strada. L’imprevisto lo
metteva a disagio. Non amava esser colto di sorpresa.
Aveva parlato, per anni, di uccidersi. Nessuno
gli credette mai. Quando veniva da me e da Leone mangiando ciliegie, e i
tedeschi prendevano la Francia, già allora ne parlava. Non per la
Francia, non per i tedeschi, non per la guerra che stava investendo l’Italia.
Della guerra aveva paura, ma non abbastanza per uccidersi a motivo della
guerra. Continuò tuttavia ad avere paura della guerra, anche dopo che la guerra
era da gran tempo finita: come, del
resto, noi tutti. Perché questo ci accadde, che appena finita la guerra
ricominciammo subito ad avere paura di una nuova guerra, e a pensarci sempre. E
in lui la paura era più grande che in noi: era in lui, la paura, il vortice
dell’imprevisto e dell’inconoscibile, che sembrava orrendo alla lucidità del
suo pensiero; acque buie, vorticose e venefiche sulle rive spoglie della sua
vita.
Non aveva, in fondo, per
uccidersi, alcun motivo reale. Ma compose insieme più motivi e ne calcolò la
somma, con precisione fulminea, e ancora li compose insieme e ancora vide,
assentendo col suo sorriso maligno, che il risultato era identico e quindi
esatto. Guardò anche oltre la sua vita, nei nostri giorni futuri, guardò come
si sarebbe comportata la gente, nei
confronti dei suoi libri e della sua memoria. Guardò oltre la morte,
come quelli che amano la vita e non sanno staccarsene, e pur pensando alla
morte vanno immaginando non la morte, ma la vita. Lui tuttavia non amava la
vita, e quel suo guardare oltre la propria morte non era amore per la vita, ma
un profondo calcolo di circostanze, perché nulla, nemmeno dopo morto, potesse
coglierlo di sorpresa.
(Lessico Famigliare; Mondadori, 1974; p.184-5.)
Biografía:
Hija de Giuseppe Levi y Lidia
Tanzi, nació en Palermo en el seno de una familia acomodada de origen
triestino, pero buena parte de su vida la pasó en Turín, adonde su padre,
profesor universitario de anatomía, fue trasladado en 1919, cuando ella tenía
tres años. Tanto él como sus hermanos fueron apresados y procesados por sus
ideas antifascistas. Su madre era hija de un abogado socialista. Hija de un
librepensador (además, la familia paterna era judía) y de una mujer de
educación católica, tuvo una formación laica: ninguno de ellos eran
practicantes. La enseñanza media la hizo en el instituto Alfieri.
En 1933 publicó su primer cuento,
I bambini (Los niños), en la revista Solaria.
Cinco años más tarde se casó con
Leone Ginzburg, un intelectual antifascista de origen ruso y profesor de
literatura rusa que había estado en la cárcel en 1934 y 1936 por sus ideas. El
matrimonio se relaciona con los intelectuales antifascistas turineses,
especialmente con los relacionados con la editorial Einaudi, de la que Leone Ginzburg
era cofundador desde 1933. Mantendrán gran amistad con Cesare Pavese y con
Carlo Levi, entre otros.
En 1940 el matrimonio se muda a
Pizzoli, un pueblo de los Abruzos, donde su marido había sido desterrado por el
gobierno de Mussolini y en el que permanecerá hasta 1943. Con él tendrá tres
hijos: Carlo (Turín, 15.04.1939), futuro famoso historiador, Andrea (Turín,
09.04.1940) y Alessandra (Pizzoli, 20.03.1943).
Con el seudónimo de Alessandra
Tornimparte publicó en 1942 su primera novela, El camino que va a la ciudad,
que reeditará en 1945 ya con su firma definitiva, Natalia Ginzburg.
Después del comienzo de la
deportación sistemática de los judíos, y tras varias vicisitudes, su marido fue
detenido y torturado hasta la muerte en la cárcel de Regina Coeli de Roma, en
1944.
Natalia Ginzburg, poco después de
liberada ese mismo año, llega en octubre a Roma, donde comienza a trabajar en
Einaudi, la editorial donde publicará sus novelas. En otoño del año siguiente
regresó a Turín, adonde habían ya retornado sus padres y sus hijos, quienes
durante los meses de la ocupación alemana se habían refugiado en Toscana.
En 1947 aparece su segunda novela
È stato cosí, con la que gana el premio Tempo. Se trata de un libro
desesperado, violento y lleno de tristeza. La tristeza se combinará en sus
obras posteriores con una original comicidad.
Se casa en 1950 con el profesor
universitario Gabriele Baldini, especialista en literatura inglesa que fue
director del Instituto Italiano de Cultura en Londres. El matrimonio tendrá dos
hijos: Susanna (04.09.1954–15.7.2002) y Antonio (06.01.1959–03.03.1960).
En 1952 publica Todos nuestros
ayeres; cinco años más tarde salen el libro de cuentos Valentino (premio
Viareggio) y la novela Sagitario; y en 1961 lanza su importante novela Las
palabras de la noche, que en 2003 será llevada al cine por el español Salvador
García Ruiz con el título de Las voces de la noche.
Natalia Levi gana luego el
prestigioso premio Strega, en 1963, con Léxico familiar, novela autobiográfica
con la que consiguió también un gran éxito de ventas. Ese mismo año hizo su
único papel en el cine, en la película de Pier Paolo Pasolini: El Evangelio
según San Mateo, en la que interpretó a María de Betania.
En 1969 muere su segundo marido.
Ella continúa con su escritura, cada vez más interesada en el microcosmos de
las relaciones familiares: Querido Miguel (1973), Familia (1977), otra novela
epistolar La ciudad y la casa (1984), y un libro inclasificable y extenso, La
famiglia Manzoni (1983), sobre la esfera doméstica del gran escritor italiano.
Al mismo tiempo, después de la
muerte de Baldini, Natalia Ginzburg, como la mayoría de los intelectuales de
izquierda italianos de aquella época, comienza a participar cada vez más
activamente en política y en 1983 es elegida diputada del Parlamento por el
Partido Comunista Italiano.
Otras facetas en las que destacó
fue como autora de comedias teatrales y traductora: entre las primeras,
destacan Ti ho sposato per allegria (1970) o Paese di mare (1972). Sus
traducciones más celebradas son las que realizó del francés (Marcel Proust,
Gustave Flaubert y Maupassant).
Murió en Roma la noche de 6 al 7
de octubre de 1991. Su obra apareció en Einaudi, editorial de Turín con la que
tuvo lazos amistosos y de asesoramiento a lo largo de toda su vida. Numerosas
polémicas cívicas, recogidas en ensayos, pudo canalizarlas finalmente con su
participación en el Parlamento durante sus últimos años.
Bibliografía:
La strada che va in città, novela corta, 1942
È stato così, novela corta, 1947.
Tutti i nostri ieri, novela, 1952
Valentino, novela corta, 1957.
Sagittario, novela corta, 1957
Le voci della sera, novela corta, 1961.
Le piccole virtù, ensayo, 1962.
Lessico famigliare, novela, 1963.
Mai devi domandarmi, ensayo, 1970.
Caro Michele, novela, 1973.
Famiglia, 1977, con dos novelas cortas, la de ese título y Borghesia.
La famiglia Manzoni, biografía literaria, 1983.
La città e la casa, 1984.
Non posiamo saperlo, saggi 1973-1990, 2001, ensayos.
